martes, 26 de abril de 2011

escrito 13..

Pronto nos hundiremos en las frías tinieblas;
¡adiós, viva claridad de nuestros veranos demasiado cortos!
Ya oigo caer con fúnebres golpes
la leña que retumba en el empedrado de los corrales.

Todo el invierno va a volver a mi ser: cólera,
odio, escalofríos, horror, trabajo duro y forzado,
y, como el sol en su infierno polar,
mi corazón ya no será más que un bloque rojo y helado.

Escucho tembloroso cada leño que cae;
cuando levantan un cadalso no se produce un eco más sordo.
Mi espíritu se asemeja a la torre que se derrumba
bajo los golpes del ariete incansable y pesado.

Arrullado por este monótono golpear, me parece
que clavan a toda prisa un ataúd en algún sitio.
¿Para quién? __Ayer era verano; ¡he aquí el otoño!
Este ruido misterioso suena como una despedida.


II

Amo la luz verdosa de tus grandes ojos,
dulce belleza, más hoy todo es amargo,
y nada, ni tu amor, ni tu cuarto, ni la chimenea,
valen hoy para mí lo que el sol que resplandece en el mar.

Y, sin embargo, ¡ámame, tierno corazón!, sé madre
hasta para un ingrato, hasta para un malvado;
amante o hermana, sé la dulzura efímera
de un otoño glorioso o de un sol que se pone.

¡Breve tarea! La tumba espera; ¡está ávida!
¡Ah, déjame que, con mí frente puesta en tus rodillas,
guste, añorando el verano blanco y tórrido,
el rojo amarillo y dulce del final del otoño!

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