lunes, 25 de abril de 2011

Pena de muerte

Muros de piedra labrada
de perfiles grises de noche
sellaban a cuchillo
la habitación y sus bordes.

Escarchando la arenisca
en el suelo remojado
unas gotas de sangre
se arrullaban a su lado
adornando con desprecio
el silencio de un pecado.

En un rincón, una rancia silla
sobre ella un reo sin sudario
ungido en olor de muerte
manchado del estrago.

Y se veía en sus ojos el miedo
y estaban sus labios sellados
ya no pedía misericordia al sayón
pues un acre pavor le tenía dominado.

El collar de su cuello
de frió hierro oxidado
traía como adorno
un gris tornillo calado
con el que atravesar su nuca
con el que sería … ejecutado.

Tras el, un hombre encorvado
de manos de garfio y olor descarado
tapaba su cara con un sucio paño
mientras un cura vestido de negro
entre murmullos rezaba a su lado.

Fue entonces el momento insidioso
cuando el verdugo cruel
tensando sus sarmentosas manos

giro el husillo roscado

y un alarido escapo de la boca del condenado.

Era débil el sayón y no hubo apretado
con la suficiente fuerza
para acometer su encargo
y fue una vuelta y otra
las que preciso el malvado.

De la garganta de aquel hombre
gritos entre espasmos brotaron
bañando de sangre los desgarros
de aquel cuerpo maltratado.

Y fueron sonidos de mil chasquidos
los que en esos muros rebotaron
para hacer llegar la muerte
pues el vil acto… se había consumado.

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