jueves, 3 de junio de 2010

ANOCHECER

Se exhibe ante mi,
el crepúsculo de un día
que se extingue.

Contemplo desde mi ventana ojival,
cómo las tinieblas se muestran
celosas del destello lunar,
que fatuo les sonríe.

La brisa marina agita
las foscas aguas del mar,
refrescando mis dorados
y largos cabellos.

Paseo con mi espíritu
por el camino de la melancolía,
esperando la llegada
de mi amado príncipe.

Las antorchas que iluminan
mis aposentos, descubren el
rubor de mis mejillas, cuando
pienso en él, ataviado
con su bruñida armadura,
montado en su negro caballo,
combatiendo en el más feroz
de los torneos.

Exhaló su último suspiro
pronunciando mi nombre,
al par que la lanza
atravesaba uno de sus ojos.

Desde aquel día, no ceso
de implorar por su alma,
rogando a los cielos
que le permitan regresar
a la Tierra, para llevarme
con él.
Confío en que mi anhelo
se haga realidad con prontitud.

Recluida entre los muros
de este castillo, temo la
llegada de la noche,
en que las sombras danzan
a mi alrededor, formando
terribles figuras, en medio
de las cuales, creo ver el
rostro de mi amado.

Parece decirme que en su
nueva morada no se siente
dichoso, y que la verdadera
VIDA únicamente se puede
hallar en la Tierra.

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